A veces me gustaría tener alzheimer, para olvidar que te quiero.

Monstruos de mi cabeza

A pesar de que el viento sopló tan fuerte, no fue capaz de arrancarme las memorias.

Una lágrima.

El aire rozaba mis párpados mojados y la melancolía se escurría sobre mis mejillas. Recorría el callejón estrecho que se dirigía a las afueras de la ciudad, sin una dirección fija. Andando, tratando de olvidar por amor. Pero cuánto cuesta cuando es lo que se pretende, ¿verdad?

Otra lágrima. Caían a un ritmo lento pero constante. Cuánto hacía que no lloraba. ¿Dos meses, quizás tres? Había intentado hacerlo para desahogarme, porque su recuerdo era algo que pesaba demasiado en mí. Pero no había podido hasta ahora. Amarle fue doloroso: mi forma de sobrevivir, y al mismo tiempo una forma tonta de autodestruirme.  
Impacientes, mis lágrimas se acumulaban, como si fueran conscientes al fin del dolor que él me había provocado. Tanto físico como psíquico. Si paro a pensar, aún tengo flashbacks. Objetos que lanzaba contra mi cuerpo. Palabras vacías, insultos, malas maneras. Alguna que otra gota de sangre caliente, el intento de prender fuego al sótano conmigo dentro. Sus lamentos. “No sabía qué hacía, cariño. Ven a la cama. Mañana será otro día.” Y, tonta de mí, había sido incapaz de darme cuenta. ¿Por qué me había costado tanto abrir los ojos? Todo eso se había convertido en impotencia y miedo de que pudiera seguir mis pasos temblorosos.

Otra lágrima más.

El callejón se estrechaba poco a poco, apenas cabrían dos personas. Sentía cómo me costaba respirar; el dióxido de carbono de las fábricas del exterior de mi cuidad comenzaba a filtrarse entre mis pulmones, y eso me daba aún más ganas de llorar. Ese humo… ese color gris sucio y maloliente… No. Otra vez no. Había huido de la ciudad en un ataque de pánico para olvidar, pero eso era mucho más potente que todo ese tráfico y masas de gente del centro urbano.

Veía fuego a mi alrededor. Llamas. Lloros y gritos.

Docenas de hombres viejos y sucios miraban sin comprender a una mujer llorando y gimiendo en medio de esa tarde nada. Alejándose de no sabían qué.

Otra ráfaga de viento recorrió mi cuerpo y con ella también los miedos, las ganas de evaporarme y la tensión en cada milímetro de mi piel. Sentía que corría detrás de mí. Su recuerdo o su sombra, verdaderamente no sabía el qué. Lo único que necesitaba en ese momento era un espacio tranquilo y solitario, así que comencé a correr en cualquier dirección, para alejarme de todo eso. Para alejar su nombre de mi cabeza. Para borrar a todos los monstruos de mi pensamiento.

“DEJADME EN PAZ”

Parece que aún susurren que quieren destruirme ya que él no había podido. Y muchas veces pienso que lo conseguirán.


Aún sigo corriendo e intentando huir. Me aferro a la idea de ser libre, pero nunca he sido fuerte, las palabras siempre me han podido. Y esta no creo que sea una excepción.




(Es una historia para @historiasav)

1 comentario:

  1. Si las palabras te pueden, escribe. ¿Acaso no es una buena manera de devolverle al mundo todo eso que te ha herido? Si te duele, escríbelo, y le dolerá también a quien te lo provocó, siempre y cuando tenga conciencia. Y si no, piensa que en cada palabra un poco de dolor se escapa de ti, y se evapora. Se disipa, y desaparece. Es bueno sumergirse en escribir cuando tus monstruos te persiguen, como si cada palabra fuera un obstáculo que esos monstruos tienen que sortear. Y las palabras a veces son tan poderosas que quizá, ojalá, les paren los pies a todos esos monstruos que nos atormentan. Algún día todos seremos libres.

    Un placer leerte después de tantíiiiisimo tiempo, en serio.

    Un gran saludo,
    Yaiza.

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Te lo doy entero.
El corazón, digo.