Seis

Un 6 de octubre se me ha quedado clavado en el pecho. No sale, está estancado entre barrotes invisibles que mi corazón ha creado. Me raspan, me pinchan, me hunden en mi sangre. Ahogan y destruyen mis sentimientos. Es un dolor que se hace materia viva en mis recuerdos mientras la tonta de mi bomba sanguínea deja que me desgarre por dentro de nuevo. Como la primera vez.
Llegaron el tercero, cuarto, quinto. Y me destrozó el alma con tan solo dirigirme una mirada (y su sonrisa fue prueba que había algo más bonito que sus ojos y palabras).
Un 6 de octubre con el calor de sus brazos. Con su boca sobre la mía y casi acariciando mi corazón, rompiendo las barreras. Posando sus manos una y otra vez sobre las mías. Un par de ojos marrones que me llevan loca del odio al amor y viceversa.

No nos confundamos, esto no es una historia de amor. Él se desvanece al dejarme saber que soy dulce, al dejarme creer que lo soy. El universo se quiebra, la respiración me abandona y éste chico me la arrebata tan solo mirándome. Me ahogo. Necesito salir. Me deja tirada por tierra y este maldito vacío oprime mi pecho.

Quizás hubiera podido ser diferente, quizás. Siempre quedará la interrogación sin respuesta y las lágrimas de una niña tonta.
¿Cómo ha sido capaz de enamorar a una chiquilla inocente, cómo ha podido? Ya al ver esa sonrisa de pilla se ve que sueña, que es enamoradiza. Él ha jugado y, por desgracia, también ganado.
Me lleno de vacío que me hiela mientras él se olvida de mí.


No puedo. No puedo más.