Se me cuelan inviernos en la piel cada vez que te marchas.
Hace frío, tiemblo, siento que mi cuerpo entero se congela y tirita; por
vibrar, vibran incluso mis emociones, asustadas por tu ausencia. Es curioso
que, por mucha fortaleza que una persona pueda poseer, toda esta valentía es
capaz de esfumarse como un suspiro inaudible en la noche si te vas, a tientas y
a oscuras cuando solo quiero que me abraces mientras duermo. El vacío al
descubrir tu ausencia junto a mi despertador irritante no tiene nombre; me
desconcierta al principio, me quiebra cuando la conciencia vuelve a estar
presente. Me levanto de puntillas, por si acaso estuvieras haciéndome un
nesquick de ocho cucharadas, un café, o por si simplemente estás en algún lado
esperando a llenarnos de vida, y descubro una puerta entreabierta. Con el
corazón en un puño me asomo, discreta –como cuando asomo mi cara y te miro cada
vez que me abrazas y estamos callados–, descubriendo el pasillo de siempre, los
rallos de sol que acechan mis ventanas, pero ni un solo sonido en la casa. Tan solo
pájaros, un llanto lejano de un niño que llora, una madre que supongo le
regaña, sonidos de coches pasando, gente riendo. Mantengo mi corazón en el
puño, lo aprieto, lo hago sangrar por tu ida. No has cerrado esta puerta, no la
has abierto, ni tan siquiera ha habido una despedida de madrugada o una nota
entre las sábanas deshechas: has dejado la puerta a medias, has dejado mi vida
a medias, mi corazón deshecho, mis ojos sin saber mirar a otros, mis manos sin
saber tocar otras manos, y has dejado el mapa de tu cuerpo en mi memoria. Lo
aprendí de tal manera que ahora no sé cómo olvidarlo, si mis dedos se han
amoldado a cada roce de tu piel y mi lengua ya no busca otra que la sacie.
Ahora mismo, podría haber sonado mi despertador chirriante,
podría haberte despertado a besos, o te habría mirado mientras dormías hasta
que abrieses los ojos, porque eres el ser más bonito cuando duerme y no
imaginas la paz que me transmites. Entonces hubieras despertado con dolor de
espalda por protegerme durante la fría noche, o dolor de brazos por sostenerme
si me hubiese acostado pegada a tu pecho. Podrías haber sonreído y podríamos
haber desayunado juntos, hubiéramos follado y nos habríamos apretado muy fuerte,
pero con el corazón ensanchado, te hubiera dicho cuánto te quiero, y me lo
habrías dicho de vuelta con un beso en la boca, con una mirada de amor
reflejada en las pupilas dilatadas del otro. Te hubiera dado besos largos,
hubiéramos hecho a la vida esperarnos, hubiéramos hecho al resto de seres
humanos morirse de envidia sin saberlo.
No quiero tiempos en subjuntivo, ni condicionales, ni
pretéritos. Quiero todos los tiempos presentes a tu lado. Quiero que no exista
el ayer donde te dejaste la puerta a medias ni la incertidumbre de tu regreso
en un futuro. Nos quiero a nosotros, ahora, mirándonos, parando el tiempo,
riendo, cogidos de las manos siempre y sin soltarnos, nos quiero de vuelta más
fuerte que nunca, te quiero a la vuelta de la esquina corriendo hacia mis
brazos, porque no soporto este silencio a gritos en casa si me levanto sin ti a
mi lado.